martes, 1 de junio de 2010

¿Serán los maestros prescindibles?

El recuerdo que tengo de las primeras clases de este curso tiene que ver con la sugerencia del profesor de visitar la biblioteca. Él dijo que como estudiantes deberíamos apropiarnos de este espacio, un escenario que a mis ojos aparecía como un museo de la palabra. También rememoro que el docente insistía en que nos sumergiéramos en este, mi museo, y buscáramos libros de arte o literatura; que percibiéramos y escribiéramos las sensaciones que el acto de leer nos producía, que dejáramos volar la imaginación, que solo sintiéramos, “que aprovecháramos el día”.
La biblioteca está llena de posibilidades. Buscamos en los estantes, ojeamos los libros, los olemos, los palpamos, los devoramos. Pero, hoy, y cada vez con más frecuencia, esta experiencia pretende ser reemplazada por búsquedas digitales, rapidísimas y frías. Si bien debemos reconocer que lo digital puede hacer una investigación más eficiente, no podemos olvidar que aquello digital se puede perder con un simple delete, mientras que la palabra dicha, el texto leído, los mundos descubiertos, son imborrables.

La biblioteca siempre estará cerca de las aulas de clase, allí donde nos encontramos, donde la palabra cobra vida en la interacción con el otro (maestro) y los otros (estudiantes); cuando se unen nuestras verdades para lograr una, cuando hay miradas a los ojos, cuando yo soy yo si están otros. El maestro, según definición del libro ´Filosofía de la finitud´, es “aquel que transmite la palabra dicha, para que avive la palabra, para que recuerde la palabra del otro y el mismo se transforma en esta palabra y se renueva”. Me sumo a esta percepción y es la que quiero recalcar. “Todo maestro es un poeta porque sabe escuchar y tiene el don de la palabra”. Nos da a conocer visiones de fragmentos de la vida que, gracias a sus palabras, alimentan el conocimiento, motivan la mente y construyen nuevas opiniones.

Esta magia no la percibe nuestra sociedad. Según el libro ‘Comunicación, educación y ciudad’, “los maestros se quedaron en el pasado, son reacios a renovarse y estudiar. Por ello los alumnos ya no los ven como fuente única de verdad”. ¿Serán los maestros prescindibles? La verdad no es la que nos dan los maestros, es la que se construye en la relación maestro-alumno, cuando se unen subjetividades y se construye una respuesta que, seguramente nunca será la verdad absoluta, pero amplía el conocimiento y motiva la tolerancia del otro, de las otras ideas, de los otros mundos.
Para mi la tecnología, por mas arrolladora que sea, por más asombrosa que parezca día a día, jamás podrá sustituir la enseñanza real, la del maestro que nos confronta, que nos anima a percibir todo en nuestro alrededor, la ciudad, sus calles, sus habitantes, sus conflictos, la vida. Esta interacción con el otro-maestro, ese regaño que pretende ser correctivo, esa mirada sobrecogedora, inquisitiva, afectuosa, difícilmente será sustituida por algún engendró tecnológico.

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